Principios Básicos de la BIBLIA
ESTUDIO 9: LA OBRA DE JESÚS
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9.5 JESÚS Y LA LEY DE MOISÉS

Jesús fue el sacrificio perfecto por el pecado y el Sumo Sacerdote ideal que podría verdaderamente ganar perdón para nosotros. Por consiguiente, el antiguo sistema de sacrificios de animales y sumos sacerdotes fue quitado después de su muerte (He. 10:5-14). "Cambiado el sacerdocio [de los levitas a Cristo], necesario es que haya también cambio de ley" (He. 7:12). Cristo ha llegado a ser un sacerdote no sobre la base de una regla acerca de su linaje [es decir, tan sólo porque un hombre era descendiente de Leví, podía ser sacerdote], sino sobre la base del "poder de una vida indestructible" que a él se le dio debido a su sacrificio perfecto (He. 7:16). "Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior [es decir, la ley de Moisés] a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza [por medio de Cristo] por la cual nos acercamos a Dios" (He. 7:18,19).

Por esto, es evidente que la ley de Moisés fue invalidada o reemplazada por el sacrificio de Cristo. Confiar en un sacerdocio humano o seguir ofreciendo sacrificios de animales significa que no aceptamos la plenitud de la victoria de Cristo. Tales creencias significan que no aceptamos que el sacrificio de Cristo es completamente satisfactorio, y que estimamos que son necesarias las obras para lograr nuestra justificación, y no sólo la fe en Cristo. "Por la ley ninguno se justifica para con Dios... porque: El justo [justificado] por la fe vivirá" (Gá. 3:11, compárese con Hab.2:4). Nuestro propio esfuerzo por ser obedientes a la letra de las leyes de Dios, por decidido que sea, fallará y no nos traerá justificación; seguramente, cada lector de estas palabras ya conoce esto.

Si vamos a observar la ley de Moisés, debemos intentar guardarla toda. La desobediencia a sólo una parte de ella significa que aquellos que se rigen por ella están condenados: "Todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas" (Gá. 3:10). La debilidad de nuestra naturaleza humana significa que encontramos imposible guardar totalmente la ley de Moisés, pero debido a la completa obediencia de Cristo a ella, nosotros quedamos liberados de cualquier obligación de guardarla. Nuestra salvación se debe al don de Dios por medio de Cristo, y no a nuestras obras personales de obediencia. "Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil para la carne, Dios, enviando a su hijo en la semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Ro. 8:3). De modo que "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición" (Gá. 3:13).

Debido a esto, ya no se nos requiere que guardemos parte alguna de la ley de Moisés. En el Estudio 3.4 vimos que el Nuevo Testamento reemplazó en Cristo el Antiguo Pacto de la ley de Moisés (He. 8:13), Por su muerte, Cristo anuló "el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria [por nuestra imposibilidad de guardar plenamente la ley], quitándola de en medio y clavándola en la cruz... Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida [ofrendas], o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo" (Col. 2:14-17). Esto está completamente claro –debido a la muerte de Cristo en la cruz, la ley fue quitada "de en medio" para que pudiéramos resistir cualquier presión impuesta sobre nosotros para guardar partes de ella, como días de fiesta y el Sábado. Como el resto de la ley, el propósito de estas cosas era de apuntar hacia Cristo. Después de su muerte, se cumplió su significación típica y, por lo tanto, ya no había más necesidad de observación.

La iglesia cristiana primitiva del primer siglo estaba sometida a constante presión de parte de los judíos ortodoxos para que guardara partes de la ley. Por todo el Nuevo Testamento hay una reiterada advertencia a resistir estas sugerencias. En presencia de todo esto, es extraordinario que hoy haya varias denominaciones que defienden la obediencia parcial a la ley. Hemos mostrado anteriormente que cualquier intento por ganar la salvación por la obediencia a la ley debe apuntar a guardar la ley completa, de otro modo estamos automáticamente condenados por desobediencia a ella (Gá. 3:10).

Hay un elemento dentro de la naturaleza humana que se inclina ante la idea de la justificación por obras; nos gusta sentir que estamos haciendo algo en procura de nuestra salvación. Por esta razón, el diezmo obligatorio, llevar un crucifijo, recitar oraciones fijas, orar en una postura especial, etc., son todas partes populares de la mayoría de las religiones, la cristiana así como otras. La salvación sólo por la fe en Cristo es una doctrina casi única del verdadero cristianismo basado en la Biblia.

Las advertencias en contra de guardar cualquier parte de la ley de Moisés a fin de ganar la salvación, se hallan distribuidas por todo el Nuevo Testamento. Algunos enseñaban que los cristianos deberían ser circuncidados conforme a la ley mosaica, "y guardar la ley". Santiago condenó categóricamente esta idea en relación con los verdaderos creyentes: "No dimos orden" (Hch. 15:24). Pedro expresó que aquellos que enseñaban la necesidad de la obediencia a la ley estaban "poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni vuestros padres ni nosotros hemos podido llevar. Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús [en oposición a sus obras de obediencia a la ley] seremos salvos" (Hch. 15:10-11). Bajo inspiración, Pablo es igualmente franco, recalcando el mismo argumento una y otra vez: "El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo... para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado... Por la ley ninguno se justifica... De todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él [Cristo] es justificado todo aquel que cree" (Gá. 2:16; 3:11; Hch. 13:39).

Una señal segura de la apostasía de la cristiandad popular es que muchas de sus prácticas populares están basadas en elementos de la ley de Moisés – a pesar de la clara y detallada enseñanza ya considerada de que los cristianos no deberían observar esta ley, en vista de que ha sido quitada en Cristo (Mt. 5:17). Ahora consideraremos las maneras más obvias en que la ley de Moisés es la base de la actual práctica ‘cristiana’.

LOS SACERDOTES

La Iglesia Católica y la Anglicana usan ostentosamente un sistema de sacerdocio humano. Los católicos romanos consideran al Papa como su equivalente del sumo sacerdocio judío. Hay "un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Ti. 2:5). Por lo tanto, es imposible que el Papa o los sacerdotes puedan ser nuestros mediadores como los sacerdotes que estaban bajo el Antiguo Pacto. Cristo es ahora nuestro sumo sacerdote en el cielo, ofreciendo nuestras oraciones a Dios.

No hay absolutamente ninguna evidencia bíblica de que la autoridad que poseían los ancianos del primer siglo dotados con el Espíritu (por ejemplo, Pedro) fuese transmitida a las generaciones sucesivas o al Papa en particular. Incluso, si se admitiera esta posibilidad, no hay modo de probar que el Papa y los sacerdotes son personalmente aquellos sobre los cuales recayó el manto espiritual de los ancianos del primer siglo.

Habiendo sido retirados los dones del Espíritu, todos los creyentes tienen igual acceso a la palabra–espíritu de la Biblia (véase los Estudios 2.2 y 2.4). Por lo tanto, todos ellos son hermanos, ninguno tiene una posición espiritual más exaltada que otro. En verdad, todos los verdaderos creyentes son miembros de un nuevo sacerdocio por razón de su bautismo en Cristo, en el sentido de que ellos mostraron la luz de Dios a un mundo en tinieblas (1 P. 2:9). Por lo tanto, ellos llegarán a ser los sacerdotes–reyes del reino, cuando sea establecido en la tierra al regreso de Cristo (Ap.5:10).

La práctica católica de llamar ‘padre’ a sus sacerdotes (la palabra ‘Papa’ también significa ‘padre’) es una flagrante contradicción a las claras palabras de Cristo: "No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos" (Mt. 23:9). En verdad, Jesús nos advirtió de no conceder a ningún hombre la clase de respeto espiritual que exigen los sacerdotes modernos: "Vosotros no queráis que os llamen Rabí [maestro]; porque uno es vuestro maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos" (Mt. 23:8).

Los vestidos ornamentados que usan los sacerdotes, obispos y otros clérigos tienen su base en la vestimenta especial que usaban los sacerdotes y sumos sacerdotes mosaicos. Esta vestimenta apuntaba hacia el carácter perfecto de Cristo, y, como ocurrió con toda la ley, su propósito ya ha sido cumplido. Es en verdad penoso que una vestimenta que tenía por objeto exaltar la gloria de Cristo, se use ahora para promover la gloria de los hombres que la usan, algunos de los cuales admiten que no aceptan la resurrección de Cristo o incluso la existencia de Dios.

La idea católica de que María es una sacerdotiza es un craso error. Nuestras peticiones se hacen en nombre de Cristo, no de María (Jn 14:13,14; 15:16; 16:23-26). Cristo es nuestro único Sumo Sacerdote, no María. Jesús reprochó a María cuando ella trató de que él hiciera cosas por otros (Jn. 2:2-4). Dios, no María, lleva a los hombres hacia Cristo (Jn. 6:44).

EL DIEZMO

Esto también fue parte de la ley mosaica (Nm. 18:21), por el cual los judíos habían de donar un décimo de sus ingresos a la tribu sacerdotal de Leví. En vista de que no hay ahora un sacerdocio humano, ya no puede ser obligatorio pagar un diezmo a ningún eclesiástico. Una vez más, una idea falsa (en este caso referente a los sacerdotes) ha conducido a otra (es decir, el diezmo). Dios mismo no necesita nuestras ofrendas, en vista de que todo pertenece a él (Sal. 50:8-13). Sólo estamos devolviendo a Dios lo que él nos ha dado (1 Cr. 29:14). Es imposible que ganemos la salvación como resultado de nuestras ofrendas materiales, v.g. en términos financieros. En gratitud por el gran don de Dios a nosotros, no deberíamos tan sólo ofrecer un décimo de nuestro dinero, sino nuestra vida completa. Pablo puso un ejemplo en esto, practicando verdaderamente lo que predicaba: "Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional" (Ro. 12:1).

COMIDA

La ley judía clasificó ciertas comidas como impuras –una práctica adoptada en el presente por algunas denominaciones, especialmente con respecto a la carne de cerdo. Debido a que Cristo quitó la ley en la cruz, "por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida" (Col. 2:14-16). De modo que los mandatos mosaicos referente a estas cosas han sido quitados, en vista de que Cristo ya vino. Era hacia él a quien apuntaban los alimentos ‘limpios’.

Jesús explicó claramente que nada de lo que un hombre coma puede contaminarlo espiritualmente; lo que sale de su corazón es lo que hace esto (Mr. 7:15-23). "Esto decía [Jesús], haciendo ‘limpios’ todos los alimentos" (Mr. 7:19). A Pedro se le enseñó la misma lección (Hch. 10:14,15), al igual que a Pablo: "Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo" (Ro. 14:14). Anteriormente, Pablo había razonado que rechazar ciertas comidas era una señal de debilidad espiritual (Ro. 14:2). Nuestra actitud hacia la comida "no nos hace más aceptos ante Dios" (1 Co. 8:8). Lo más incriminante de todo es la advertencia de que los cristianos apóstatas enseñarían a los hombres a "abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad" (1 Ti. 4:3).